miércoles, 21 de mayo de 2014

Max Euwe

Max Euwe
Campeones de ajedrez- 1935-

Max Euwe nació en Holanda, en 1901. Aprendió ajedrez de sus padres a los 4 años pero hasta los 20 no participó en torneos en forma habitual. Recordemos que entonces muy pocos se dedicaban al ajedrez, actividad asociada a la bohemia.
El campeón holandés, sin embargo, nunca se dedicó por entero a nuestro deporte, como sí lo hiciera su rival mayor. Se licenció en matemáticas y filosofía y toda su vida vivió de la docencia en un colegio privado para señoritas. Es por ello que Max Euwe es considerado el único aficionado que llegó a campeón mundial.
Cuando derrotó a Alekine (fue único en lograrlo en un match por el título; perdió al ofrecer la revancha), fue una sorpresa para el ambiente pues se pensaba que su juego no era lo suficiente fuerte, pero este gran teórico de aperturas tuvo su mayor capacidad en saber modificar el carácter de una lucha en forma abrupta.
Las batallas se clasifican en posicionales, tácticas, cerradas, abiertas… Es común que el ánimo del jugador se acomode y ponga la mente en empatía con cada estilo. Modificar dicha relación, cuando la posición troca, no siempre es fácil; uno queda prendado del ritmo anterior sin poder asimilar el cambio. Por supuesto, es un error jugar una posición táctica con el ánimo propio de largas maniobras, y viceversa. La capacidad mental es la misma, pero no la exigencia que se soporta. Como ejemplo diré que rara vez un alumno puede contestar con acierto cuando el profesor le urge, y que sí puede hacerlo cuando charla distendido con un amigo o un familiar. La limitación no yace en sus conocimientos, sino en la tensión que sufre.

Euwe se talló una fama por su caballerosidad y buen trato; jamás ocasionó una disputa y bien que pudo hacerlo. Era alérgico a los gatos y durante sus match por el título, Alekine se presentaba con uno de esos bichos a las partidas, solo para molestarle. Su carácter de intelectual le permitió escribir el mayor número de libros que ningún campeón diera a las prensas. Ejerció asimismo la presidencia de la FIDE, entidad que nos nuclea. Fue el suyo el periodo más sano, mas transparente de su historia como gestora de los intereses de Caissa. Y eso que debió sortear las extravagancias de un energúmeno como Bobby Fischer, y una olimpíada en la beligerante Israel.

Al respecto del match revancha, durante el cual perdió el título ante el mismo Alekine, un gran jugador aseguró que el holandés no poseía todos los méritos –ni los defectos- como para mantenerse campeón.
Max Euwe era un profesor de señoritas acomodadas y licenciado en filosofía. Culto, educado, un caballero para con los rivales (cosa extraña en este ambiente). ¡Era demasiado inteligente como para ser un genio!

Max fue un ave de paso por el ajedrez –como todos los demás- que, sin querer hacer su nido en las alturas planeó sobre las cimas de la gloria.

Garry



lunes, 21 de abril de 2014

Aliojin : Yo solo

Aliojin, yo solo.

José Capablanca brilló como campeón ajedrecista de todos los tiempos, ganó torneos por diferencia abultada sobre el segundo clasificado y resolvió siempre sus partidas con la simplicidad con que un fuerte aficionado vence a un niño que apenas sepa las reglas. Su fuerte fue la comprensión y la intuición sobre las posiciones. Como dijo Nietzsche, fue su mayor virtud porque era su mayor defecto. Convencido de sus capacidades, el cubano no se preparó para defender la corona frente a Alexander Alekine, fortísimo maestro autodidacta que, emigrado a Francia desde su Rusia natal, tuvo por único fin en la vida derrotar al campeón cubano.
Cuando un hombre se propone algo con toda su alma; cuando tiene recursos de formación o, en su defecto, materiales; cuando no conoce otro valor humano que el del triunfo, no es raro que consiga sus propósitos.
Alejandro Alejandróvich Alekine fue hijo de un terrateniente y de una madre alcohólica. Cuando la revolución bolchevique tomó las riendas del país, Alejandro, quién se había recibido de abogado y ya era un fuerte jugador, sufrió denuncias que lo privaron de seguir compitiendo, de modo que junto a su segunda esposa emigró a Francia, para continuar su preparación con miras a competir por el título. Como detalle de su perspicacia, va esta anécdota: Alekine charla con un jugador, y dice:
Me estoy preparando para disputar el título a Capablanca; a lo que el interlocutor responde:
¡Pero… si el campeón es Lasker!
Sí –dice-, pero pronto Capablanca lo retará y le vencerá.

En efecto, esto sucedió pocos años después, como vimos en nota pasada.
Alejandro Alekine se forjó como el primer campeón completo, dominó todos los aspectos del juego: aperturas, medio juego, finales. Su voluntad de hierro, su determinación, lo convirtieron en un ser repudiado por sus iguales (¿tuvo iguales?) e invencible en el juego. El apellido Alekine puede pronunciarse Aliojín, y una fonética similar se utiliza para decir YO SOLO. De modo que este fue su mote, Aliojín, yo-solo, tal su egoísmo y desapego para con los compañeros y demás partícipes de su vida.
Por supuesto, un hombre sin valores siempre goza del favor de los gobiernos antidemocráticos. Alekine logró que el gobierno argentino de 1927 le pagara la bolsa necesaria para desafiar al gran Capa. El cubano se la pasó de juergas y cuando quiso darse cuenta, Alekine, quien se había preparado con minucia, era el nuevo campeón.
Oscar Wilde, dijo: cuidado con lo que deseas, puede que se conceda.  Cuando un hombre se plantea un objetivo, y en su busca le va la vida, es lógico que al conseguir este se le agote aquella.
Alekine logró el campeonato para el que se había preparado toda su vida y ya nada tuvo sentido para él. Se dio a la bebida y, desatada la segunda guerra, trabajó para los nazis como escriba antisemita, brindó simultáneas y otras exhibiciones. Vivó en la Francia ocupada por el Reich algunos años y cuando la guerra agonizaba emigró a la España franquista, y de allí a Portugal, únicos países del mundo que le brindaron apoyo suficiente para que pudiera emborracharse.
Pocos días antes del final, Mijail Botvinnik –nuestro próximo personaje- le escribió invitándole a un match, pero el buen Alekine tuvo el tino de atragantarse con un trozo de carne. Lo encontraron tumbado sobre un tablero de ajedrez, en una pieza miserable de un hotelucho portugués. Acaso esta estampa se acomode a lo que fue en realidad, y no a lo que el mundo ajedrecista recuerda de él: que fue un grande del tablero.


Garry                                                                                               

domingo, 23 de febrero de 2014

Capa, el Rey latino.

Capa, el Rey latino.

José Raúl Capablanca nació en Cuba en el siglo XIX. Era hijo de un capitán de ejército que en las horas de modorra jugaba al ajedrez con subalternos. A los 4 años, solía pispiar esas luchas en silencio. Una tarde, cuando su padre acababa de vencer a un soldado, dijo: Papá, hiciste trampa. Festejaron la ocurrencia del párvulo pero el insistió: Papá, saltaste mal con un caballo. El capitán hizo silencio y pidió a su hijo que se explique. Ante el asombro de la concurrencia, José Raúl, a los cuatro años de su edad, reprodujo entera la partida que había observado y mostró la jugada que, en efecto, se había realizado en contra del reglamento. No solo poseía criterio, había aprendido las reglas del ajedrez mirando. Desde ese día todos se turnaron para jugar con el niño que, a los 13 años, logró el título de maestro al vencer al campeón cubano Julio Corzo. En su adolescencia se trasladó a los EEUU para estudiar, mas pronto abandonó todo por el ajedrez que lo coronaría campeón mundial en su propia Cuba, al derrotar sin perder partida a nuestro ya conocido Emanuel Lasker.

Capablanca era hombre alto, su porte impresionaba y seducía a hombres y mujeres por igual. Cierta vez, un Rey que quería conocerle, dijo: ¿Dónde está Capablanca? Le contestaron: Cuando él ingrese al salón, nadie deberá indicárselo. En efecto, poco después varios hombres entraron a la sala conversando, uno distinguía por su prestancia, modales, y la mirada penetrante de sus ojos pardos. Es fama que las señoritas –y las señoras- se le ofrecían tanto como las flores y la champaña después de cada nuevo triunfo.

Del arte Capablanquino se dijo que, si el estilo Lasker era como un vaso de agua con una gota de veneno, su estilo era cual ese mismo vaso, pero sin la gota de veneno. Lo anterior en alusión a que sus triunfos fueron transparentes y sin embrago inevitables. Es que Capablanca poseía una concepción profunda del juego, acaso por haberlo aprendido de tan niño. El ajedrez es su lengua natal, dijo un gran maestro, por describirle. Cuando se refería a una posición jamás recurría a variantes, sino a palabras como columna, casilla, espacio; eso era todo, conceptos generales por sobre lo particular.


Una vez dejó en suspenso una partida; el rival dijo a todos que había analizado en extenso y que el resultado sería su propio triunfo. La afición esperaba al campeón quien llegó quince minutos tarde. Ante la sorpresa de todos -su reloj corría- pidió un juego y se alejó a analizar la posición que lo aguardaba. Al cabo de media hora volvió y en 15 jugadas su posición “perdida” ya era tablas.

Capa viajó por todo el mundo brindando conferencias y sesiones de juego simultáneo. Allí donde llegaba era ovacionado por los aficionados. Su trato siempre gentil le abría más puertas que su título y no hay foto donde no aparezca sonriente, por lo general acompañado de varias damas. Su última esposa, Olga Chegodaeva, fue la mujer más hermosa y deseada de su época.

Durante su reinado solo perdió 6 partidas, lo cual es increíble. En los torneos de entonces, vencía a sus compañeros como si estos fueran aprendices. Una vez, en Rusia, el temible Stalin le observaba escondido. Al término de la partida, ordenó que los presentaran y preguntó a Capa, ¿Qué le parece el torneo? A lo cual nuestro amigo contestó: ¡Un desastre, todos Sus compatriotas pierden a propósito con Botwinik, para favorecerle! –Botwinik fue otro campeón, ya lo veremos-. Todos quedaron suspensos -Stalin no era hombre al que se le podía contrariar-, sin embargo, sonriendo, contestó: Quédese tranquilo, no volverá a suceder.
José Raúl Capablanca nos dejó el orgullo de ser el primer campeón americano y el único de habla hispana. Por inteligencia, estampa y modos, allí donde ponía un pie alguien le admiraba, le quería y lo mimaba. 
Acaso celosa de tantos dones, la Muerte le llevó muy pronto. Capa sufría de presión arterial y los médicos no supieron advertirlo aun cuando hubo frecuentes avisos y jaquecas. Capa sufrió un derrame durante una competencia y falleció.
Los argentinos nunca le olvidaremos. En Buenos Aires jugó torneos y simultáneas. Aquí perdió su título frente a Alekine. Pero fue que aquí donde pasó los dos meses que duró el match de jarana, del cabaret al hipódromo, de paseo en la voiture de una bailarina del Maipo.

Así que, Querido Capa, Rey latino ¿Quién te quita lo jugado?

viernes, 7 de febrero de 2014

Lasker, Einstein y la Mentira.

        Lasker, Einstein y la Mentira.

Matemáticos y Físicos como Dirac o Einstein han visto universos que, cien años después, no entendemos. Narra la película Amadeus que Mozart escribía de un tirón sus sinfonías perfectas y así compuso Astor Piazzola su inigualable Adiós Nonino: “Cuando murió el Nonino, Papá se encerró en la pieza, estuvo un rato en silencio y empezó a tocar esa música que despide al abuelo”, cuenta su hijo.
Hasta donde sé, solo en las áreas creativas se llega a niveles de inteligencia tan altos como los de un ajedrecista de elite: Vasili Smislov fue excelso concertista de piano; Robert Fisher recordaba cada una de las partidas que había jugado y, en lo actual, Garry Kasparov es uno de las diez inteligencias del mundo.
Pareciera que, si los matemáticos crean los números y sus combinaciones, si los físicos dan coherencia a las manifestaciones de la energía y la materia, si los músicos iluminan con el ritmo la nada, los ajedrecistas, con el número y el cálculo, materializan su energía en esos fraseos de belleza y de pasión que llamamos “partidas”.

Emmanuel Lasker nació en una ciudad de Prusia; hablaba el alemán y el hebreo ya que su padre fue rabino. Muy joven demostró maestría con los números, por lo cual le enviaron junto a un hermano mayor, para que estudiara. Durante una convalecencia debida al sarampión aprendió de éste nuestro querido juego. En pleno siglo XIX, el ajedréz acechaba los círculos cultos europeos. Pronto el niño estudioso frecuentó los cafés en busca de batalla y dinero, tablero de por medio. A los 20 años logró el título de maestro en segunda categoría y tan solo a los 26 llegó a sentarse frente al viejo león, el primer campeón, Wilhelm Steinitz. El match fue vibrante pues se enfrentaron dos estilos y dos mentes superlativas. Cuando Steinitz perdió la última de las partidas, y con ella el título mundial, se alzó de la mesa y exclamó: ¡Tres vivas por el nuevo campeón del mundo!
Emmanuel Lasker, como todo Único, instauró un modo de jugar. Durante 20 años fue invencible y su secreto (su evidente secreto, pues su estilo fue definido como Una copa de agua con una gota de veneno) fue la observación de la psicología rival. Lasker jugó muchas líneas inferiores, reputadas como malas, incluso, cuando creyó que con ellas podía incomodar a su oponente. Así, muchas veces caminó por una cornisa, pero su maestría le permitió siempre salir airoso y alzarse con los triunfos.
Retuvo su corona durante más años que ningún otro campeón; no solo en el ajedréz. Lasker, por haber visto a Steinitz morir en la pobreza, jamás descuidó sus estudios. Llegó a ser un gran matemático, un consumado filósofo y un escritor numeroso. Sus libros de ajedréz son valorados incluso ahora y los escritos filosóficos y matemáticos fueron ensalzados por hombres como Albert Einstein. El entonces creador de la Relatividad admiraba al campeón y no perdía oportunidad de salir a caminar con él, momentos en los cuales discutían infinidad de temas, humanos y extrahumanos, como la que fuera su renombrada teoría.
Emmanuel sostenía que en ajedréz siempre se desenmascara al hipócrita y al mentiroso, pues cada falsedad propuesta podía ser descubierta sobre el tablero y pronto llegaba el castigo como escarmiento: ¡el jaque mate!


Pequeño gran hombre

Pequeño gran hombre
Cuando un jugador se inclina sobre el tablero, su mente analiza decenas de jugadas y valoraciones de posición. Un gran maestro puede analizar centenares de posiciones sin esfuerzo, pero su capacidad y experiencia le llevan por los caminos más sólidos, como si su percepción fuera una escoba que limpiara el sendero de hojarasca, sin necesidad de comprobarlo todo. Las posiciones analizadas acaso no existan nunca en la realidad, solo habrán nacido un instante en su conciencia para advertirle, ¡no! por aquí no pases, esto acaba en un abismo.
El verdadero campeón busca no solo en lo profundo de su mente el orden exacto mediante el cual vencer al rival, sino que hurga dentro del alma de su oponente para martirizarle con cada movimiento. Sabido es que una persona incómoda es propensa a cometer errores. Y he aquí un detalle: no todos sufrimos incomodidad por lo mismo. Hay luchadores que se sienten inseguros ante lo riesgoso, pero los hay que sufren ante el juego llano, sin ambages. Ya lo veremos.


En la historia del ajedrez hubo muchos grandes, cada uno con su particularidad intelectual. El primer Campeón del Mundo fue Wilhelm Steinitz.
Nacido en Praga, en 1836, estaba destinado a ser rabino pero mostró muy pronto sus capacidades para el cálculo… ¡matemático! Por ello fue enviado a Viena para que asistiera a la escuela de altos estudios.
Mas, ay, Viena, en esos años, era la meca del ajedrez. Wilhelm, muy pronto abandonó todo formalismo para vivir dentro de los cafés, jugando ajedrez al más rico estilo de la época. Las partidas se disputaban a toda hora y nuestro pequeño genio se ganaba la vida apostando por cada juego. En esos años de oro, el estilo mandaba ataques sin respiro, sacrificios y lances de ocasión que aún se enseñan como arte refinado del intelecto y la inventiva.
Steinitz seducía a todos con sus combinaciones de juventud y en torneos batió a los más grandes. Poco a poco fue creando un estilo propio. Todo campeón lo hace, y revoluciona el saber anterior. Por curioso que parezca, este nuevo estilo cuajó en la antítesis de su festejado inicio. Wilhelm fue el creador de una escuela de pensamiento que rehúsa el sacrificio y el ataque prematuro en pos de la lenta acumulación de ventajas que incline la balanza hacia un final de partida superior. Algo inimaginable en la época romántica, en la que todo eran juegos de artificio.
Les dejo una anécdota de este hombre que llegó a lo más alto del mundo, siendo hoy estudiado por quienes aman el ajedrez y desean superarse:
Jugaba Steinitz con un rico banquero llamado Epstein. Surgió una disputa e intercambiaron palabras en mal tono. El banquero, le dijo: ¡Cuidado, jovencito, no sabe usted con quién está hablando! Steinitz contestó: Claro que lo sé, usted es Epstein, pero en la bolsa; aquí ¡Epstein soy yo!

Esta maravillosa respuesta está catalogada como índice de la personalidad de nuestro héroe, a la cual se le atribuyen delirios de grandeza. Opino que la anécdota muestra el carácter avasallante del banquero; Steinitz puso en su lugar al tipo, declarando lo que él era: ¡un verdadero campeón!

martes, 10 de diciembre de 2013

Balance y toma de deciciones

Balance y toma de decisiones

Cuando llegan las fiestas es común escuchar o leer que se realizan balances de lo vivido. Ignoro el sentido práctico de esta acción. ¿Puede servir un balance hecho solo en las postrimerías del año? ¿No debieran de hacerse esos replanteos antes y durante, y no después del periodo.

La práctica responsable del ajedréz enseña a realizar balances a cada paso de la partida y -sabido es- incluso antes de que esta comience. La historia guarda centenares de ejemplos en los que se ha ganado por una toma de decisión apropiada, fruto de un balance previo de fuerzas, posibilidades y sorpresas posibles.

http://www.tabladeflandes.com/zenon2006/fotos/Mikhail-Tal-en-1960_312.jpg


¿Será el ejemplo más famoso el de Mijail Tahl, quién hizo jugadas malas a propósito frente a la mente estructurada de su tocayo Botwinik, con el fin de desestabilizar su sentido del juicio y ocasión? Otro campeón que desorientó a su rival con planteos imprevistos fue Robert Fisher. En el match de 1972, contra Boris Spasky, Bobby jugó -en la 6º partida- una variante en la cual el ruso era imbatible y, luego, cuando ya llevaba ventaja, una Alekine, defensa que todos señalan como inferior.



El balance en ajedréz debe hacerse a cada paso, movida por movida, pues es juego dinámico y dialéctico, es decir: por intervenir en él dos mentes cambia a cada instante (imagine usted lo que será entonces hacer un balance de la vida, en la cual los actores son miles, o millones).

Cuando se evalúa en la conciencia una posición, suelen balancearse: el material (número y calidad de piezas), la posición ocupada por las piezas (la capacidad de movimiento y la relación entre dichas piezas), y los factores espacio y tiempo (el espacio es la libertad o rapidez de traslado de las piezas; el tiempo es una relación entre el número de jugadas realizadas y la cantidad de piezas en posición de ataque o defensa). Por supuesto, estos son balances propios de un aficionado. Un profesional evalúa muchos aspectos más.

Así, piense en esto durante noche vieja: si antes de beber la última copa mira melancólico la nada, sita contra el tapial de enfrente, apenas arriba o al costado de su interlocutor circunstancial; si, digo, antes de echarse a la barriga esa postrera cantidad de sidra, o vino, o champán, de seguro innecesaria a esa hora, se le ocurre, decía, hacer un balance, olvídelo. Déjelo. No pierda el tiempo. Retorne con la vista y la mente a los amigos y seres queridos, ría con fuerza y que se vaya al diablo el año viejo. Que venga de una vez el nuevo, como quiera y cuando quiera. Le daremos batalla, le plantearemos un buen enroque, unos caballos en el centro, unos alfiles aguzados, ¡y que gane el mejor!

Garry.



martes, 22 de octubre de 2013

Un Rey muy guapo y un Elefante belicoso.

Un Rey muy guapo 
y un Elefante belicoso.

El ajedréz es juego que exige concentración, algo de estudio y mucha enjundia. Sin cierta riqueza en las ideas los resultados se hacen esperar. Pero es común ver a los niños más despiertos ganar partida tras partida pues, como dice el viejo dicho, lo que Salamanca no da, la voluntad logra.
Tan importante es la voluntad en el ajedréz –como en la vida- que su ejercicio solo ha bastado para ganar, allí donde la posición no lo permitía. Una anécdota famosa cuenta que Chigorín –luego campeón ruso- jugando con un aficionado, llegó a un final de reyes puro, un final donde el jaque mate es imposible. No dándose por vencido, tomó el futuro campeón a su rey y lo colocó junto al rey enemigo –jugada imposible- y exclamó: ¡jaque! El rival, anonadado, retiró su rey. Chigorín comenzó a perseguirle de este modo absurdo, gritando jaque a cada movida imposible realizada, hasta que el monarca del torpe quedó encerrado en una esquina. Allí abandonó el aficionado su juego con resignación. Chigorín ha sido así el único jugador del mundo que logró ganar gracias a la guapeza de su rey.

El ajedréz copia a la vida en casi todos los aspectos. De hecho, aunque nació como juego de personas principales para ser entrenadas en el arte de la guerra, ha sabido amoldarse a cada cambio social, a cada nueva idea filosófica. Pero no nos apuremos, aún debemos aprender sobre el resto de las piezas y sus posibilidades de movimiento.
Ya expliqué que los reyes mueven una casilla por turno, y que jamás han de pisar casa amenazada por el rival.










Veamos hoy cómo mueven y atacan las torres, fenomenales piezas de batalla, que en el origen del juego representaban a los elefantes que en la India y luego en Asia se utilizaron para la guerra. El elefante era domesticado y sobre él cargaban una canasta. En ella iba el conductor y dos o tres hombres armados con arco y flecha. Aquellos enemigos que no eran pisoteados por la bestia caían bajo las saetas. Es fama que Alejandro Magno sufrió el embate de los paquidermos cuando se enfrentó a las tropas del Persa Darío III.

Las torres del ajedréz corren por la columna y la línea que ocupan, es decir, corren en vertical y en horizontal por el tablero, avanzan y retroceden, y capturan a las piezas enemigas que encuentren a su paso.

 
Garry