Aliojin,
yo solo.
José Capablanca brilló como campeón ajedrecista de
todos los tiempos, ganó torneos por diferencia abultada sobre el segundo
clasificado y resolvió siempre sus partidas con la simplicidad con que un
fuerte aficionado vence a un niño que apenas sepa las reglas. Su fuerte fue la
comprensión y la intuición sobre las posiciones. Como dijo Nietzsche, fue su
mayor virtud porque era su mayor defecto. Convencido de sus capacidades, el
cubano no se preparó para defender la corona frente a Alexander Alekine,
fortísimo maestro autodidacta que, emigrado a Francia desde su Rusia natal,
tuvo por único fin en la vida derrotar al campeón cubano.
Cuando un hombre se propone algo con toda su alma;
cuando tiene recursos de formación o, en su defecto, materiales; cuando no
conoce otro valor humano que el del triunfo, no es raro que consiga sus
propósitos.
Alejandro Alejandróvich Alekine fue hijo de un terrateniente
y de una madre alcohólica. Cuando la revolución bolchevique tomó las riendas
del país, Alejandro, quién se había recibido de abogado y ya era un fuerte
jugador, sufrió denuncias que lo privaron de seguir compitiendo, de modo que
junto a su segunda esposa emigró a Francia, para continuar su preparación con
miras a competir por el título. Como detalle de su perspicacia, va esta anécdota:
Alekine charla con un jugador, y dice:
Me estoy preparando para disputar el título a Capablanca;
a lo que el interlocutor responde:
¡Pero… si el campeón es Lasker!
Sí –dice-, pero pronto Capablanca lo retará y le vencerá.
En efecto, esto sucedió pocos años después, como vimos
en nota pasada.
Alejandro Alekine se forjó como el primer campeón
completo, dominó todos los aspectos del juego: aperturas, medio juego, finales.
Su voluntad de hierro, su determinación, lo convirtieron en un ser repudiado
por sus iguales (¿tuvo iguales?) e invencible en el juego. El apellido Alekine
puede pronunciarse Aliojín, y una fonética similar se utiliza para decir YO
SOLO. De modo que este fue su mote, Aliojín, yo-solo, tal su egoísmo y desapego
para con los compañeros y demás partícipes de su vida.
Por supuesto, un hombre sin valores siempre goza del
favor de los gobiernos antidemocráticos. Alekine logró que el gobierno
argentino de 1927 le pagara la bolsa necesaria para desafiar al gran Capa. El
cubano se la pasó de juergas y cuando quiso darse cuenta, Alekine, quien se
había preparado con minucia, era el nuevo campeón.
Oscar Wilde, dijo: cuidado con lo que deseas, puede
que se conceda. Cuando un hombre se
plantea un objetivo, y en su busca le va la vida, es lógico que al conseguir
este se le agote aquella.
Alekine logró el campeonato para el que se había
preparado toda su vida y ya nada tuvo sentido para él. Se dio a la bebida y,
desatada la segunda guerra, trabajó para los nazis como escriba antisemita, brindó
simultáneas y otras exhibiciones. Vivó en la Francia ocupada por el Reich algunos años y
cuando la guerra agonizaba emigró a la España franquista, y de allí a Portugal, únicos
países del mundo que le brindaron apoyo suficiente para que pudiera
emborracharse.
Pocos días antes del final, Mijail Botvinnik –nuestro
próximo personaje- le escribió invitándole a un match, pero el buen Alekine
tuvo el tino de atragantarse con un trozo de carne. Lo encontraron tumbado
sobre un tablero de ajedrez, en una pieza miserable de un hotelucho portugués.
Acaso esta estampa se acomode a lo que fue en realidad, y no a lo que el mundo
ajedrecista recuerda de él: que fue un grande del tablero.
Garry
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