Lasker,
Einstein y la Mentira.
Matemáticos y Físicos como Dirac o Einstein han visto
universos que, cien años después, no entendemos. Narra la película Amadeus
que Mozart escribía de un tirón sus sinfonías perfectas y así compuso Astor
Piazzola su inigualable Adiós Nonino: “Cuando murió el
Nonino, Papá se encerró en la pieza, estuvo un rato en silencio y empezó a
tocar esa música que despide al abuelo”, cuenta su hijo.
Hasta donde sé, solo en las áreas creativas se llega a
niveles de inteligencia tan altos como los de un ajedrecista de elite: Vasili Smislov
fue excelso concertista de piano; Robert Fisher recordaba cada una de las
partidas que había jugado y, en lo actual, Garry Kasparov es uno de las diez inteligencias
del mundo.
Pareciera que, si los matemáticos crean los números y
sus combinaciones, si los físicos dan coherencia a las manifestaciones de la
energía y la materia, si los músicos iluminan con el ritmo la nada, los
ajedrecistas, con el número y el cálculo, materializan su energía en esos fraseos
de belleza y de pasión que llamamos “partidas”.
Emmanuel Lasker nació en una ciudad de Prusia; hablaba
el alemán y el hebreo ya que su padre fue rabino. Muy joven demostró maestría
con los números, por lo cual le enviaron junto a un hermano mayor, para que
estudiara. Durante una convalecencia debida al sarampión aprendió de éste nuestro
querido juego. En pleno siglo XIX, el ajedréz acechaba los círculos cultos
europeos. Pronto el niño estudioso frecuentó los cafés en busca de batalla y
dinero, tablero de por medio. A los 20 años logró el título de maestro en
segunda categoría y tan solo a los 26 llegó a sentarse frente al viejo león, el
primer campeón, Wilhelm Steinitz. El match fue vibrante pues se enfrentaron dos
estilos y dos mentes superlativas. Cuando Steinitz perdió la última de las
partidas, y con ella el título mundial, se alzó de la mesa y exclamó: ¡Tres
vivas por el nuevo campeón del mundo!
Emmanuel Lasker, como todo Único, instauró un modo de
jugar. Durante 20 años fue invencible y su secreto (su evidente secreto, pues su
estilo fue definido como Una copa de
agua con una gota de veneno) fue la observación de la psicología rival.
Lasker jugó muchas líneas inferiores, reputadas como malas, incluso, cuando creyó que con ellas podía incomodar a su oponente. Así, muchas veces caminó por una
cornisa, pero su maestría le permitió siempre salir airoso y alzarse con los
triunfos.
Retuvo su corona durante más años que ningún otro
campeón; no solo en el ajedréz. Lasker, por haber visto a Steinitz morir en la
pobreza, jamás descuidó sus estudios. Llegó a ser un gran matemático, un
consumado filósofo y un escritor numeroso. Sus libros de ajedréz son valorados
incluso ahora y los escritos filosóficos y matemáticos fueron ensalzados por
hombres como Albert Einstein. El entonces creador de la Relatividad admiraba al
campeón y no perdía oportunidad de salir a caminar con él, momentos en los
cuales discutían infinidad de temas, humanos y extrahumanos, como la que fuera
su renombrada teoría.
Emmanuel sostenía que en ajedréz siempre se
desenmascara al hipócrita y al mentiroso, pues cada falsedad propuesta podía
ser descubierta sobre el tablero y pronto llegaba el castigo como escarmiento:
¡el jaque mate!
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