viernes, 7 de febrero de 2014

Pequeño gran hombre

Pequeño gran hombre
Cuando un jugador se inclina sobre el tablero, su mente analiza decenas de jugadas y valoraciones de posición. Un gran maestro puede analizar centenares de posiciones sin esfuerzo, pero su capacidad y experiencia le llevan por los caminos más sólidos, como si su percepción fuera una escoba que limpiara el sendero de hojarasca, sin necesidad de comprobarlo todo. Las posiciones analizadas acaso no existan nunca en la realidad, solo habrán nacido un instante en su conciencia para advertirle, ¡no! por aquí no pases, esto acaba en un abismo.
El verdadero campeón busca no solo en lo profundo de su mente el orden exacto mediante el cual vencer al rival, sino que hurga dentro del alma de su oponente para martirizarle con cada movimiento. Sabido es que una persona incómoda es propensa a cometer errores. Y he aquí un detalle: no todos sufrimos incomodidad por lo mismo. Hay luchadores que se sienten inseguros ante lo riesgoso, pero los hay que sufren ante el juego llano, sin ambages. Ya lo veremos.


En la historia del ajedrez hubo muchos grandes, cada uno con su particularidad intelectual. El primer Campeón del Mundo fue Wilhelm Steinitz.
Nacido en Praga, en 1836, estaba destinado a ser rabino pero mostró muy pronto sus capacidades para el cálculo… ¡matemático! Por ello fue enviado a Viena para que asistiera a la escuela de altos estudios.
Mas, ay, Viena, en esos años, era la meca del ajedrez. Wilhelm, muy pronto abandonó todo formalismo para vivir dentro de los cafés, jugando ajedrez al más rico estilo de la época. Las partidas se disputaban a toda hora y nuestro pequeño genio se ganaba la vida apostando por cada juego. En esos años de oro, el estilo mandaba ataques sin respiro, sacrificios y lances de ocasión que aún se enseñan como arte refinado del intelecto y la inventiva.
Steinitz seducía a todos con sus combinaciones de juventud y en torneos batió a los más grandes. Poco a poco fue creando un estilo propio. Todo campeón lo hace, y revoluciona el saber anterior. Por curioso que parezca, este nuevo estilo cuajó en la antítesis de su festejado inicio. Wilhelm fue el creador de una escuela de pensamiento que rehúsa el sacrificio y el ataque prematuro en pos de la lenta acumulación de ventajas que incline la balanza hacia un final de partida superior. Algo inimaginable en la época romántica, en la que todo eran juegos de artificio.
Les dejo una anécdota de este hombre que llegó a lo más alto del mundo, siendo hoy estudiado por quienes aman el ajedrez y desean superarse:
Jugaba Steinitz con un rico banquero llamado Epstein. Surgió una disputa e intercambiaron palabras en mal tono. El banquero, le dijo: ¡Cuidado, jovencito, no sabe usted con quién está hablando! Steinitz contestó: Claro que lo sé, usted es Epstein, pero en la bolsa; aquí ¡Epstein soy yo!

Esta maravillosa respuesta está catalogada como índice de la personalidad de nuestro héroe, a la cual se le atribuyen delirios de grandeza. Opino que la anécdota muestra el carácter avasallante del banquero; Steinitz puso en su lugar al tipo, declarando lo que él era: ¡un verdadero campeón!

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