miércoles, 15 de agosto de 2018

Pensá tu estrategia…

 Pensá tu estrategia…


Escuela de villa, de barrio pobre. Salones humildes en su mantenimiento, sin gas, ahora. Algún vidrio ausente, picaportes nunca, luces a veces.

En un salón, al que invariable le anudo las cortinas para que lo ilumine el sol –y que invariable vuelvo a encontrar sombrío, corridas las cortinas, como si la docente fuera Drácula y menester la oscuridad- doy ajedrez a niños y niñas de 9 años. Niños y niñas sin guardapolvo, vestidos a su aire, a veces desaseados, a veces costras.
         
   Estos niños y niñas se apasionan con el ajedrez –y con astronomía- y esperan la hora con ganas. Juegan entre ellos y ellas, y, a veces, los más osados, o los desclasados en ese grupo de desclasados, juegan conmigo.
           
Jugamos partidas en las que trato de no ganar rápido o incluso empatar, para que dure ese momento de paz, de lucha, de sueños por ser mejor. Trato de que comprendan algunos conceptos que damos por buenos: el desarrollo, el juego por el centro, el ataque y la defensa, otros.
         
   En este cuarto doy clase en la última hora de la mañana, la que linda con el almuerzo. Estamos dando la clase, estamos jugando y llega la asistente escolar, que dice: al comedor, y los niños saltan de su sillita, se apiñan a la puerta, esperan que los acompañe su docente a comer.
         
   En esta clase estaba el otro día. Jugaba con Pedro –o Lucas, es lo mismo, un nombre que es un alma- y a cada movida mía él daba un respingo: estaba viviendo la partida en cuerpo y alma, literal.
         
   Llega la asistente y dice: al comedor, y se va, ella.
         
   La clase deja todo, va a la puerta, espera a su docente para ir a comer.
           

Mi rival salta de su silla pero no se va. Se queda al lado de su silla. 

Mira el tablero. Me dice, Profe, ¿usted se va? No, le digo, te espero acá.

Él mira la partida. Mira la posición pero su cuerpo quiere irse. Quiere ir al comedor pero su alma sigue presa de la estructura, de las piezas, de los lances… Me dice mientas mira las piecitas sueltas sobre las casillas pobres: Profe, voy a comer, usted piense su estrategia… vuelvo enseguida… y corre, hermoso, amable, brillante, a su vida.
         

   Me quedo mirando, lo veo desaparecer en un recodo del edificio. Me veo mirando, en ese mundo áulico. Me sé rico.

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