miércoles, 9 de marzo de 2016

El secuestro de los Reyes

El secuestro de los Reyes

El ajedrez es un juego que maravilla y sorprende; es raro que durante una sesión de partidas -aún de rápidas- no transcurra una variante o una jugada que emocione e intrigue al punto que soñemos con ella. La docencia de esta materia no ha sido para mí menos intensa, recorrí ciudades y provincias con los trebejos y sus avatares encima. En una de tantas escuelas me pasó lo que ahora les cuento.

El secuestro de los reyes:
Fue una mañana cualquiera, soleada y algo fresca. Los chicos llegaban caminando o en bici con sus tableros colgando del brazo, muchos acompañados por sus hermanos mayores y alegres perritos de la calle. Al entrar al cole y buscar los juegos, noté que faltaban los reyes.

Jugar ajedrez sin un peón es común, se pierden sobre todo los negros porque no se ven en el suelo pero se puede empezar la partida sin el faltante y cuando uno es comido se lo ubica en el escaque vacío, para completar la fila.

Al notar la falta de los monarcas me quedé un momento pensando ¿qué había hecho con ellos? Estaba seguro de haberlos dejado la tarde anterior adentro de sus bolsas de tela, con el resto de piezas. La Falta de los reyes es imposible de cubrir de modo que improvisé con el 4° Moreno una clase sobre la historia del juego, en su largo camino desde la India misteriosa hasta las cultas tiendas de Arabia. Cuando me tomé un respiro y me senté en el escritorio, vi que debajo del registro asomaba un papel desdoblado. Lo leí en silencio, sin poder creer lo que allí decía, en letras como de copiar tareas a las apuradas:

Profe, si quiere volver a ver los reyes ni se le ocurra hablar con la directora. Espere órdenes y cumpla callado.

¡Santos alfiles gemelos! ¡Una nota de los secuestradores! ¡Me habían quitado los reyes y ahora me mandaban obedecer en silencio! Levanté la vista hacia el curso pero los chicos hacían sus dibujos con esmero. Ninguno parecía enterado del asunto. Me guardé el papelito en el bolsillo y al fin salimos al recreo.

En la segunda hora me tocó con el 5° San Martín. Entré sin reírme y dejé los libros sobre el escritorio sin noticias de unos ni de otros, mis valiosos reyes. La clase fue tranquila y aunque miré fijo a los ojos a los más pícaros, ellos nada, como de costumbre. Con estos chicos más grandes pude hablar sobre la diferencia que existe en el alma de quién construye castillos rectos, de forms cuadradas como los europeos, y las construcciones de los Hombres de la Arena, mis queridos árabes, quienes diseñaron sus palacios con gusto y mucho detalle, llenándolos de aguas rumorosas, de ajedrezados pisos y de columnas y torres igualitas a los alfiles.

Durante el segundo recreo aproveché para ir al baño de profes varones. Los martes soy el único en la escuela -todos lo saben- así que nunca debo esperar. Entré sin prisa y me quedé helado. En el espejo, escrito con jabón, decía:

Profe, si quiere recuperar los reyes tiene que pagar rescate, 40 chupetines, métalos en una bolsa y espere instruxiones. Ojo con avisarle a la directora.

¡Santos caballos saltarines! Por fin mostraban sus intenciones. Los secuestradores pedían un duro rescate: ¡Cuarenta chupetines! ¡De dónde iba a sacar esa cifra! Con una idea en la cabeza fui a la secretaría y pedí los registros. Cuarto Castelli: 32 alumnos; cuarto Moreno: 36 chicos y chicas; 5° San Martín... miré todas las listas del turno mañana. Rumiando mis próximos pasos me fui cabizbajo.

En la cuarta hora pedí un cambio a las docentes; me tocaba darle al Belgrano pero me fui derecho para el Rivadavía, ese nombre…. Entré al aula con una bolsa de consorcio en la mano izquierda, le había hecho un nudo y el fondo aparecía abultado. Dejé los libros, serio como Kasparov en un torneo. Alcé la mirada al curso y les dije:

¡Muy bien, bribones! ¡Entreguen ya a los Reyes!

De qué habla, profe, exclamaron ellos y yo:

¡Todo se ha descubierto, en camino vienen la directora y la supervisora, y sus mamás han sido citadas para esta tarde!

Con gesto triunfal alcé la bolsa para que vieran que estaba cargada. Se pusieron todos blancos, no volaba una mosca; uno de ellos -no el más vago- dijo:

Profe, están en el cesto…

Me volví y hurgué en el tacho. Debajo de un descarte de cartulinas estaban los pobres reyes, atados con un cordón de zapatilla. Suspiré aliviado. Una de las nenas, me dijo:

Profe, era una broma. ¿Cómo supo qué fuimos nosotros?

Broma les voy  dar, yo, dije y volqué sobre ellos el contenido de la bolsa: un montón de papel picado de colores que les inundó carpetas y cartucheras, y que se colaron a los bolsillos y las mochilas abiertas.

Mientras reíamos, les dije:

¡5° Rivadavia… es el único curso con 40 alumnos!

Fin
Sergio Galarza

Docente de ajedrez y astronomía

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