El secuestro de los Reyes
El
ajedrez es un juego que maravilla y sorprende; es raro que durante una sesión
de partidas -aún de rápidas- no transcurra una variante o una jugada que emocione
e intrigue al punto que soñemos con ella. La docencia de esta materia no ha
sido para mí menos intensa, recorrí ciudades y provincias con los trebejos y
sus avatares encima. En una de tantas escuelas me pasó lo que ahora les cuento.
El secuestro de los reyes:
Fue
una mañana cualquiera, soleada y algo fresca. Los chicos llegaban caminando o
en bici con sus tableros colgando del brazo, muchos acompañados por sus
hermanos mayores y alegres perritos de la calle. Al entrar al cole y buscar los
juegos, noté que faltaban los reyes.
Jugar
ajedrez sin un peón es común, se pierden sobre todo los negros porque no se ven
en el suelo pero se puede empezar la partida sin el faltante y cuando uno es
comido se lo ubica en el escaque vacío, para completar la fila.
Al
notar la falta de los monarcas me quedé un momento pensando ¿qué había hecho con ellos? Estaba
seguro de haberlos dejado la tarde anterior adentro de sus bolsas de tela, con
el resto de piezas. La Falta de los reyes es imposible de cubrir de modo que improvisé
con el 4° Moreno una clase sobre la historia del juego, en su largo camino
desde la India misteriosa hasta las cultas tiendas de Arabia. Cuando me tomé un
respiro y me senté en el escritorio, vi que debajo del registro asomaba un
papel desdoblado. Lo leí en silencio, sin poder creer lo que allí decía, en
letras como de copiar tareas a las apuradas:
Profe, si quiere volver a ver los reyes ni se le ocurra hablar con
la directora. Espere órdenes y cumpla callado.
¡Santos
alfiles gemelos! ¡Una nota de los secuestradores! ¡Me habían quitado los reyes
y ahora me mandaban obedecer en silencio! Levanté la vista hacia el curso pero
los chicos hacían sus dibujos con esmero. Ninguno parecía enterado del asunto.
Me guardé el papelito en el bolsillo y al fin salimos al recreo.
En
la segunda hora me tocó con el 5° San Martín. Entré sin reírme y dejé los
libros sobre el escritorio sin noticias de unos ni de otros, mis valiosos reyes.
La clase fue tranquila y aunque miré fijo a los ojos a los más pícaros, ellos
nada, como de costumbre. Con estos chicos más grandes pude hablar sobre la
diferencia que existe en el alma de quién construye castillos rectos, de forms
cuadradas como los europeos, y las construcciones de los Hombres de la Arena, mis
queridos árabes, quienes diseñaron sus palacios con gusto y mucho detalle,
llenándolos de aguas rumorosas, de ajedrezados pisos y de columnas y torres igualitas
a los alfiles.
Durante
el segundo recreo aproveché para ir al baño de profes varones. Los martes soy
el único en la escuela -todos lo saben- así que nunca debo esperar. Entré sin
prisa y me quedé helado. En el espejo, escrito con jabón, decía:
Profe, si quiere recuperar los reyes tiene que pagar rescate, 40
chupetines, métalos en una bolsa y espere instruxiones. Ojo con avisarle a la
directora.
¡Santos
caballos saltarines! Por fin mostraban sus intenciones. Los secuestradores pedían
un duro rescate: ¡Cuarenta chupetines! ¡De dónde iba a sacar esa cifra! Con una
idea en la cabeza fui a la secretaría y pedí los registros. Cuarto Castelli: 32
alumnos; cuarto Moreno: 36 chicos y chicas; 5° San Martín... miré todas las
listas del turno mañana. Rumiando mis próximos pasos me fui cabizbajo.
En
la cuarta hora pedí un cambio a las docentes; me tocaba darle al Belgrano pero
me fui derecho para el Rivadavía, ese nombre…. Entré al aula con una bolsa de consorcio
en la mano izquierda, le había hecho un nudo y el fondo aparecía abultado. Dejé
los libros, serio como Kasparov en un torneo. Alcé la mirada al curso y les dije:
¡Muy bien, bribones! ¡Entreguen ya a los Reyes!
De qué habla, profe,
exclamaron ellos y yo:
¡Todo se ha descubierto, en camino vienen la directora y la
supervisora, y sus mamás han sido citadas para esta tarde!
Con
gesto triunfal alcé la bolsa para que vieran que estaba cargada. Se pusieron
todos blancos, no volaba una mosca; uno de ellos -no el más vago- dijo:
Profe, están en el cesto…
Me
volví y hurgué en el tacho. Debajo de un descarte de cartulinas estaban los
pobres reyes, atados con un cordón de zapatilla. Suspiré aliviado. Una de las
nenas, me dijo:
Profe, era una broma. ¿Cómo supo qué fuimos nosotros?
Broma
les voy dar, yo, dije y volqué sobre ellos
el contenido de la bolsa: un montón de papel picado de colores que les inundó carpetas
y cartucheras, y que se colaron a los bolsillos y las mochilas abiertas.
Mientras
reíamos, les dije:
¡5° Rivadavia… es el único curso con 40 alumnos!
Fin
Sergio Galarza
Docente de ajedrez y astronomía
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