miércoles, 15 de octubre de 2014

Boris Spassky

Spassky Boris
Leningrado 30 01 1937-
Campeón Mundial en 1966, Venció a T. Petrosian.

Estas notas de ajedrez, que recuerdan a los campeones mundiales, se complican. Vimos a luchadores portentosos como Alekine, Tal y el ya lejano Steinitz. Hombres que peleaban hasta el final, con garra sin par. Pero los tiempos pasados nunca han sido los mejores. A medida que los siglos desparraman su arena, los hombres y mujeres obtienen más conocimiento, más herramientas para expresarse.
Boris Spassky fue, otra vez, el mayor campeón jamás conocido.
Niño prodigio, candidato a maestro a los 12 años, maestro a los 16, campeón de URSS a los 19, y esto sin descuidar muchos otros placeres: natación, tenis, música, literatura: Spassky -como Tal, Smislov, Petrosian- forjó una cultura superior para sí, algo que, en occidente, es imaginario.
Pasó hambre y frío en la infancia debido a la segunda guerra pero su estado lo educó de modo que pudo formarse bajo el ala de los mejores entrenadores. Con Zak fue ultrasólido y si bien no perdía nunca, tampoco ganaba. Con Tolush se volvió un león, sacrificaba piezas y sus partidas entusiasmaron al vasto y exigente pueblo. El gambito de rey, apertura arriesgada que supone la entrega de uno, dos o más peones y pieza, fue una de sus armas colosales. Por último, con Bondaresky llegó al título máximo, gracias a un estilo completo, después de un intento fallido, contra el gigante armenio.
Pero decir que venció a Petrosian es decir muy poco si olvidamos el camino que debió recorrer en los dos clasificatorios previos al desafío final: Keres, Tal, Larsen, Korchnoy, Geller, todos vencidos por Spassky, los mejores, los top ten del ajedrez de esa época. Pocas veces… solo ahora hay tantos y tan buenos jugadores a la caza de un título.
Por supuesto, solo supimos de este raro genio cuando un botarate llegó de los Estados Unidos a golpear las puertas del dominio ruso. En aquellos días, los yankis luchaban contra los rusos en la mal llamada Guerra fría: los gobiernos latinos derrumbados por la CIA; la carrera del espacio y el hombre en la Luna; el ajedrez no quedó fuera de tal batalla. Fue entonces cuando las radios argentinas transmitieron por vez primera una partida de ajedrez en tiempo real. Un conocido periodista, caro a los autoritarismos, transmitía jugada a jugada. Eran los tiempos del telex, un engendro que lo jóvenes desconocen. Las jugadas, realizadas en la otra punta del globo, llegaban a nosotros en una especie de telégrafo sin hilos, el señor Carrizo las echaba al eter para regocijo de los fans ajedrecísticos argentinos. Hablo del match Spassky Fischer, el llamado match del Siglo, lo veremos en la última nota del año.
Cuando Boris Spassky cayó frente al genio idiota de Bobby Fischer, el peso de la máquina estatal se volvió implacable y cruel, haciéndole la vida cada vez más difícil. Los palmarés de nada valen cuando la estrella ha eclipsado su luz y “si quisiste con ternura y el amor te devoró de atrás hasta el riñón, se rieron de tu abrazo y ahí nomás, te hundieron con rencor todo el arpón”.


Garry

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