Historia de dos que soñaron con bolitas
Jorgito tiene nueve años y va a
cuarto grado. Vive en una casa del barrio obrero con sus hermanitos, su mamá, su
padrastro y el Abuelo. Este último, desdentado y viejo, todas las tardes le cuenta
historias que leyó hace años. Estas historias dejan a Jorgito con ganas de
escuchar más aventuras y no son pocas las noches en que sueña con algo que le han
narrado.
Una mañana, Jorgito despertó con este
sueño nítido en la cabeza: Soñó que en el patio de los grandes de su escuela,
allí donde tiene prohibido ir pues los chicos son muy brutos y corren y pueden golpear a los chiquitines -dice la directora-, justo en ese
patio, decía, soñó Jorgito que en un hueco había una bocha de bolitas del
vidrio más hermoso que nadie haya visto jamás: aguamarina, tornasolados,
magentas, unos colores increíbles tenía cada bolita con las que Jorgito soñó. Tan increíbles son esos colores que soy yo, Sergio, el que les da
nombre pues Jorgito aún no los ha aprendido y solo conoce el verde, el
celeste, el violeta, el rojo y no su delicada mixtura.
Esa misma mañana, ya en la cocina
de la escuela, Jorgito tragó su leche y se metió en el bolsillo cuatro
galletitas. Corrió al salón para copiar todo lo que el maestro escribiera
en la pizarra pues tenía un plan y para cumplirlo debía salir al recreo él antes que todos. Apenas sonó el timbre mostró su cuaderno completo y
corrió afuera. Allí fue hasta el límite de alambre que separa ambos
patios: el suyo, el de los chicos; el otro, el de los grandes. Miró por un
instante con la cara apoyada contra los rombos del tejido y se coló por un
agujero que en un rincón había. Corrió aún con sus alpargatas que se salían
casi, por el apuro. Llegó a la otra punta y hurgó en los rincones y bajo las
matas de unas plantas quemadas por el frío. En eso estaba sin ver alrededor
cuando una mano fuerte, flaca y fría como una tenaza lo agarró del cuello y lo
alzó. Un chico de séptimo lo miraba con una cara seria como la de un policía,
le dijo:
Qué hacés acá, este no es tu
patio…
Yo… dijo Jorgito y el
grandote dijo, apretándole más el cuello y apoyándole contra una pared,
Tenés prohibido venir acá, decí a
qué viniste antes que te reviente, y levantó alta la mano como para
darle un bife, como bien sabía Jorgito pues a veces le pegaba el novio de su
mamá.
Jorgito cerró los ojos y dijo,
con la voz entrecortada por el miedo y por la garra que le apretaba el cuello,
Vine porque anoche soñé que acá
había unas bolitas enterradas… quería encontrarlas…
Una lágrima le corrió por la cara y eso lo hizo sufrir mucho, pues a nadie le gusta que lo vean llorar. El grandote de séptimo se rió fuerte y desdeñoso y le dijo,
Una lágrima le corrió por la cara y eso lo hizo sufrir mucho, pues a nadie le gusta que lo vean llorar. El grandote de séptimo se rió fuerte y desdeñoso y le dijo,
¡Pedazo de tonto, mientras lo zamarreaba, Yo también soñé anoche. Soñé con un montón
de bolitas escondidas en un árbol rojo de un patio gris; sin embargo, bien sé
que los sueños, sueños son y no por eso voy a andar saltando alambres y
metiéndome donde no debo! dijo y lo empujó.
Jorgito se levantó despacio y
como vio que el grandote ya lo dejaba ir corrió y corrió hasta el tejido agujereado.
Pasó a su patio y fue una luz hasta la base del Seibo que en
el medio del cemento gris extiende sus viejos y rugosos brazos, los cuales en primavera se tiñen de rojo.Trepó a las primeras ramas y
allí, en un hueco del tronco hundió la mano y sonrió: Allí estaba su tesoro, más de
veinte bolitas escondidas, cada una más hermosa que la otra.
Fin.
Sergio Galarza
Tomado de JLB, que lo tomó de Las 1001 noches.
Tomado de JLB, que lo tomó de Las 1001 noches.
Quien roba a un ladrón tiene cien años de perdón.
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