Fischer, Robert (Bobby)
Campeón del mundo en 1972.
Venció a B. Spassky. Jamás jugó como campeón.
Perdió el título en 1975 por incomparecencia ante Anatoly Karpov.
Bobby Fischer fue un jugador formidable. Se
dice que su potencia radicaba en su energía y ambición, precisión táctica,
preparación teórica y una pétrea confianza en sí mismo. No son pocos matices,
pero en el ajedrez de elite muchos jugadores comparten dichos valores. Sucede
sin embargo que cada campeón es tan bueno como los anteriores pero suma algo
más, algo nuevo.
Fischer no tuvo a su padre, basó su infancia en
una hermana mayor. Se supone que nunca conoció mujer, no tuvo novias y, cuando
se casó, lo hizo con el objeto de obtener una nacionalidad que le brindara
asilo para huir de las leyes del país natal.
Fischer es el claro ejemplo del idiota
inteligente, el genio que solo sirve para una cosa. Tuvo el coeficiente
intelectual más alto pero su capacidad de relación social era nula. Si no era
por el ajedrez, con nadie hablaba, a ningún evento acudía. Como suele suceder
con quienes padecen la autoridad paterna (por acción u omisión) de adulto adhirió
a una iglesia. Ajedrez y mística, solo abstracciones para él.
Su ascenso trajo a los yanquis una esperanza
pues entonces se libraba la Guerra Fría, con todo el aparato de propaganda
estadounidense a favor, nada costó al mundo “conocer” y “querer” a este niño
idiota. Cada radio, cada diario te inundaba con las aventuras del flaco alto
que batía a los “malditos” rusos. Como un falso Quijote, enfrentaba Fischer a
cada uno de los campeones soviéticos, y los vencía, porque su genio y su
voluntad, como arriba dije, fueron soberbios. Es sabido que cuando alguien le
ofrecía tablas, Bobby sonreía meneando la cabeza, siquiera se molestaba en
contestar. Dos famas le seguirán mientras haya memoria del juego sobre la
Tierra. La primera fue el modo en que llegó a ser retador de Spassky, el entonces
campeón del mundo: Fischer tuvo en eliminatorias que enfrentar a Taimanov. Mark
era un portento ruso, un jugador solidísimo. Fischer le ganó 6 – 0. Taimanov
jamás se repuso del apaleo. En segunda instancia tuvo que enfrentar a Bent
Larsen, el campeón danés, una leyenda viva. Muy pocos podían jactarse de haber
ganado una partida a Bent. Fischer le ganó 6 - 0. El pánico cundió por el ejido
soviético. ¿Existía el respeto y la consideración? A partir de Fischer, no. En
semifinales se enfrentó a Petrosian, nuestro conocido ex campeón. Jugaron en
Argentina, porque Fischer amaba el bistec pampeano. La primera partida trajo
cola: hubo un repentino corte de luz cuando se decía que Tigram llevaba ventaja
ganadora. Todos se retiraron a esperar que retorne el fluido eléctrico;
Fischer, no; siguió sentado pensando en la oscuridad. Cuando mucho después se
hizo la luz, había ya encontrado el único camino hacia el empate. Se adujo que
el corte fue sospechoso.
El match contra Spassky fue pactado a 24
juegos, en Islandia, lejana tierra dónde el día y la noche dura seis meses cada
una. La cantidad de anécdotas que nacieron de este evento no las agota una
biblia. Que Fischer llegara a Islandia fue una odisea. Con contrato firmado se
negó a jugar hasta que un particular Inglés, harto de escuchar sus tonterías,
le depositó a cuenta 1.000.000 USS extra.
En la 1° partida del match, Fischer se “colgó”
un alfil: EEUU 0- Rusia 1.
A la 2° partida no se presentó por otro
capricho relacionado con su supuesta religión:
EEUU 0-Rusia 2.
Pidió entonces jugar la 3° partida en una sala
ajena a la principal. Spassky no estaba obligado a hacerlo pero creyó que el
niño se derrumbaba y accedió. Fue el error más grave de su carrera. Fischer se
impuso con holgura. Los EEUU habían derrotado por vez primera en algo
importante a los Rusos. El mundo occidental conoció entonces el ajedrez. Este
juego de intelectuales y comunistas pasó a ser admirado por todos, hasta en
África se difundía, aunque allí no hubiera para comer. Fischer, Fischer,
Fischer. En Argentina transmitieron el match por radio, narraban cada jugada
una vez que esta llegaba por medio de la antigua teletipo.
Esta nota debe terminar. En los diarios todo
está reglado. Falta mucho por decir. Fischer cambió el ajedrez. En el futuro
tal vez abunde sobre la leyenda americana pero ahora los dejo, voy leer otra
vez Mis
Mejores 60 Partidas, un libro magnífico escrito por el mismo genio.
Hasta el año que viene.
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