Que Dios te dé el doble de lo que me deseas.
El viejo
Hace tiempo que no jugaba un torneo
de ajedrez frente al tablero; hoy decidí darme una vuelta por Elortondo para
competir en un abierto rápido. La invitación me entusiasmó desde el principio
–participaría el Campeón Argentino GM Martín Lorenzini- y cuando supe que iría
el Raulo, me dije, Listo, voy, así visito
a ese amigazo después de tanto tiempo.
El Raulo es Raúl Rucci, un tipo
fenomenal que fue tallado en la mejor madera del mundo y el artista, toda vez
que comprendió lo que hubo creado, se dedicó a otra cosa o desde entonces solo esculpe
estrellas y soles perfectos porque otro tipo como él no he vuelto a ver.
El torneo encomenzaría a las 14, como
dicen en San Rafael, y debía pasar a por el Raulo en Firmat, de modo que salí
como a las 12, rumbo al sur, en mi coche.
Apenas tomé la ruta 33, sobre la
salida de Casilda, frente a una de las cuevas de Matievich vi a un hombre mayor
que yo haciendo dedo, humilde de aspecto, lo que se dice un viejo zaparrastroso,
si uno fuera soez. Por supuesto, paré.
Subió adelante, con su grela y su
bolso verde casi transparente, ahítos de penas y frío, ambos. Le dije, Voy hasta Chabás, Señor. Me dijo, Hasta dónde sea, no conozco, voy muy lejos.
Me gustó esta respuesta, como de libro ¿no?
Mientras invadía el habitáculo su aroma
a falta de aguas, acomodó el bolso entre las piernas y me dijo, tocándome un
hombro con su mano blanda, Gracias.
Dónde va, le
dije, A Rancul, me dijo, y a mí ese
nombre me trajo reminiscencias de la infancia, en Bigand, donde vivó un desgraciado,
sin trabajo ni modales, llamado Ñancul, afecto a la bebida y otros abusos. Pero
este Señor que ahora compartía el viaje no había bebido y probablemente tampoco
había comido, ayer, ni anteayer, según dijo. Contó que venía del cordón
industrial del gran Rosario, donde anduvo buscando conchabo como tornero… pero mala gente, ésta, dijo, muy desconfiada, mucho choreo, teme, mucho
vago, y no es solidaria, dijo, sin temor a que yo le tomara a mal por ser
de la zona.
Acá no son solidarios, dijo, Anoche quise
dormir en la escuela agraria, en una casilla, pero el guardia me echó como a un
perro y tuve que dormir en la garita, y aún, Lo que más temo, se tomó el pecho, es enfermarme, porque me falta mucho, todavía…
Le pregunté el nombre, Antonio, dijo, y me preguntó, ¿Y usted? Sergio, le dije y él, El mío es nombre de viejo… No crea, mentí, hay muchos Antonios… Me miró de nuevo,
sonrió con la dentadura caída a media boca: así me expliqué su tono confuso,
entorpecido.
El viaje
El termómetro externo del Bora acusaba
diez grados cuando Antonio me contó sus cuitas. Dos o tres días atrás, dice, ha
emprendido la vuelta a su Ítaca, sobre ese otro mar que es la Pampa Argentina.
En Rancul lo espera su esposa, una docente jubilada y unos nietos. De qué edad, le dije, de seis y cuatro, dijo. Casi como mis
griegos, pensé.
La ruta se sumía bajo el capot. El
campo arrasado nos vio pasar como algo extraño y vivo en medio de toda su
desolación. Al llegar a Sanford y ver sus tristes menhires, Antonio dijo ¿Y esos árboles? ¿Qué los mató? El glifosato,
le dije, Así como a todos nosotros.
Cierto, balbucea –a veces la dentadura le estorba de veras. Al cabo, dijo, En Rancul hicimos una pueblada y echamos a
los fumigadores afuera del pueblo ¿conoce? Sí, dije, he pasado por allí rumbo a San Rafael… Ah, dijo, conozco, fui con mi
esposa, de vacaciones, hace una década… De allá es la mía, conté.
Precisamente, Moni, antes de salir,
me dio un chocolate para las neuronas durante el torneo. Entonces lo vi sobre
la consola y lo ofrecí a Antonio, Coma,
le dije, le hará pasar un poco el frio. ¿Qué?
dijo, y enseguida repitió ese gesto que ahora asocio a él: me tocó con ambas
manos el hombro, me apañó, y me dijo gracias, pero se guardó el chocolate en un
bolsillo de la campera.
Cuando llegamos a Chabás ya me había
contado sobre el incendio que arrasó su taller y su casa. Pensé en esas llamas,
las vi a principios de año mientras disfrutaba unas vacaciones en San Rafael;
se quemó media Pampa y media Mendoza pero el gobierno nacional nada pudo hacer,
no hay dineros, dijo el Ministro de Medio Ambiente, al pie de un Boeing que lo
traía de Chile: había viajado a comprar dos plasmas.
El fuego le quemó el taller y la casa
y los dejó en la calle, me dijo Antonio, y un amigo lo instó a buscar trabajo
en el gran Rosario, pero acá la gente es muy egoísta, dijo por enésima vez. Me
dicen que estoy viejo, que ya no sirvo, sumó y vi a un hombre apaleado por
nuestra sociedad, humillado y roto pero no vencido pues aún tuvo coraje para
este viaje a la nada. Entré a Chabás y dije, Señor, voy a ver un momento a mis nietos, si me espera lo acerco un
poco más, hasta Firmat.
Los griegos me recibieron como a un
héroe de la Independencia, me abrazaron, me besaron. Leónidas tiene cinco años y
es muy maduro, me contó que había vomitado. Aquiles elevó un colorido engendro
de bloques y ruedas, un Robot… dijo,
tiene tres años, casi. Los abracé mucho, los besé y los besé otra vez. Me fui.
Cuando subí al Bora, Antonio leía uno
de los muchos libros que acompañan mi andar por la vida, Los
años de peregrinación del chico sin color, de Murakami, un libro inquietante como pocos que haya
leído. Habla sobre un jovencito que parte de su ciudad natal para… pero no, sigo
con mi viaje hacia el torneo de ajedrez, con el viaje de Antonio a su Rancul
natal.
No me extrañó tanto que Antonio
estuviese leyendo el Murakami, sí que me dijera que era muy bueno, que la
narración lo había atrapado. Su aspecto era el de un ciruja, su rostro el de un
papá Noel huero que deambula los pasillos de una villa argentina durante el
mandato de cualquier gobierno como el actual. Mis prejuicios hicieron el resto.
En suma, solo debí asombrarme de mi estupidez… a más de mi maldad.
Antonio me contó que solo hizo cuarto
grado pues los padres de antes eran brutos, que había que trabajar, aprender
oficio, dijo. A los doce o trece le dieron a elegir entre carpintería y
tornería. Miró a unos y otros y vio que los Gepetos tenían menos dedos. De modo
que aprendió tornería, Aunque también es
riesgoso, dijo: las esquirlas…
En viaje a Firmat le conté que me
gustaba el cielo. Contó que con un amigo solía ver por un telescópico (sic)
pero que ahora no le daba la vista. No sé cómo dijo que era de Sagitario. De
qué fecha, dije, y él, Noviembre. De qué fecha, tercié, y me dije, que no diga
el veintisiete. Y él, el veintisiete
¿Cómo? exclamé. ¡El veintisiete!
dijo, ¿Y usted? Sonreí mientras
asentía con la cabeza, dije, el veintisiete. Sonrió, me palmeó el hombro, a su
modo afable y sentido y me dio la única muestra de debilidad en todo el viaje: ¿Cómo se llama? dijo, Sergio, repetí, y él,
Antonio… Encantado, le dije.
Recogimos a Raúl de su casa y subió
atrás, con el mate y una caja de trofeos más lindos que un futuro sin macristas.
Qué trofeos, le dije, los llevo para repartir entre los niños que haya
presentes, me dijo. Este es el Raulo, mi amigo, que lleva trofeos a los niños
sin preguntar si hacen falta y sin pedir nada a cambio por ellos: tan solo un
buen gesto… como dijo el Indio.
Bajó Antonio en el cruce de la 33 con
la 92, donde pululan los camiones. Antes de bajar dijo, Espero tener suerte, con el feriado viaja poca gente. No se preocupe, le dije, ¿Cuánto le saldrá el viaje… más o menos…?
Dijo cuanto y eche mano a la cartera. Empecé a sacar los Rocas e iba a cubrir
el costo completo del pasaje cuando Antonio dijo, Qué lástima que el libro está dedicado… Me había entusiasmado con él…
Ay, Antonio, más te hubiera valido
callar. Ahí mismo detuve mi cuenta. Faltaba un Roca sacar… Me sentí burlado, la
plata jamás me ha interesado un pito… pero los libros… con los libros no,
amigos. Le di cien mangos menos por su falta (he aquí mi maldad, la cual es
ubicua, me acompaña como otro yo, desde siempre). Antonio dijo gracias. Le dije,
Un día paso y me lo devuelve. Sí,
dijo, le va a gustar, es oscuro Rancul…
Déjeme su teléfono, añadió. Qué
teléfono, amigo, nos vemos, y suerte.
Continuamos solos, un trecho en
silencio. Antonio fue un punto en un momento, cuando miré atrás por segunda vez
ya no lo vi. Aún pienso por qué fui tan hijo de puta.
Los visajes
Un torneo de ajedrez tiene algo de mágico,
un lugar donde el pobre deja de serlo y el rico no halla seguridad en los
valores acumulados merced a sus afanes. Un torneo es como Fiesta, de Serrat (Antonio
me contó que en sus años mozos escuchaba Serrat, Víctor Heredia… toda esa música, dijo, con contenido…).
Quién no sepa jugar ajedrez ignora
parte del mundo, acaso la más apasionante. El ajedrez es un arte, un juego, un
deporte, una ciencia… todos han leído esta tetralogía y casi me avergüenza citarla,
por obvia. Pero ocurre que es cierta. Cuando quiero saber qué tan profundo es
un pensador, me fijo qué relación ha tenido con el ajedrez. Los mejores
escritores han sufrido el ajedrez. Los mejores luchadores han padecido ajedrez.
¡Hasta Scarlett Johansson juega ajedrez! Es cierto que a poco estuvo Aureliano
Buendía de quitar al juego todo sentido –Poe le quitó mérito en favor de las
Damas- pero Aureliano estaba loco y los locos no cuentan. Ellos están más allá del
bien y del mal. Los cuerdos amamos el ajedrez.
Comencé el torneo con piezas blancas
contra un jugador inexperto que atribuyó sus errores a su atención, a su no “ver”.
Ver en ajedrez significa calcular o
prever las alternativas derivadas de una movida cualquiera. Esta, la negación
de la impericia, es una etapa común en las personas que ingresan al juego;
intentan echar culpa de sus errores a una distracción, a un momento de “ceguera”
sobre una posición, y no a su flojera o simple desidia mental. Estos jugadores
y jugadoras no progresan. En ajedrez hay un solo responsable de todo lo que en
el tablero ocurra: el jugador, la jugadora. Toda derrota solo está causada por
quién la sufre. Aceptar esta verdad ayuda, y mucho. Identificar los errores
propios es el primer paso hacia su erradicación, pero si vamos a echar culpa a
esto o aquello, imponderables que no nos dejan ganar… pues bien, estos
deportistas jamás abandonamos el nivel de la mediocridad.
En segunda ronda me tocó con un viejo
rival, Tomás Orso. Fuerte jugador, tengo score negativo contra él. Jugué con
negras una siciliana cerrada y pronto quedé muy bien, mi alfil de casas blancas
miraba fiero a su rey pero no supe darle valor. Sobre el apuro de tiempo quedé
inferior y, pronto, perdido. Pero Tomás erró una tras otra hasta que cometió una
imposible. Cuando el árbitro cargaba su pena al reloj, ofrecí tablas que
dejaron las cosas en paz. La posición era B: pd4, pb2, Ta4, Rb3; N: Tf6+, pd5,
Re4.
En la tercera partida vencí a Raúl
con blancas, en una siciliana cerrada con el alfil B en c4. Mis errores de
cálculo son permanentes y tremendos. Pude perder el alfil en dos jugadas pero
el negro no vio, y el que no ve es como el que no sabe: 2,5 en 3.
En la cuarta me tocó con Ansaldi, hombre
acaso de mi edad, de Venado Tuerto. En Venado he ganado, perdido y vuelto a
ganar la amistad de grandes personas. Entre los que se fueron a jugar con Dios
debo citar a Walter Collo. Walter fue el hombre con mayor corazón que haya
conocido. Walter reía siempre quizá porque su vida fue dura. Galarzita, me
decía. Conducía un programa de radio y una vez me dedicó un tema en él. Era un
hombre alto y gordo, jugaba una inglesa incomprensible, muy rápido pues movía
los peones como si estos pudieran volver atrás… y sin embargo era raro que alguno
de nosotros le ganara. Otro amigo entrañable que se fue a rodar con su coupé
Torino es Miguel Allurralde. Miguel y el Doctor Robles, ambos estarán
pimponeando en una nube. Miguel era más grande que un caballo en e5; vestía siempre
impecable, con chalina y gorra en invierno. En los veranos secaba su rostro con
pañuelos perfumados. Pocos años antes de su partida asistía a los torneos en
compañía de una Dama verdadera.
A don Ansaldi no lo conocía y pronto sentí
su avidez por mi derrota. Este sentir al otro en sus intenciones es una de las
características de nuestro deporte. Cuando se mueve una pieza tan solo se está
exteriorizando una intensión. Una partida de ajedrez es un diálogo, por ello
digo siempre que el ajedrez es un lenguaje… como la ciencia. Ambos son
universales. Cuando un día se conozcan entre sí seres intergalácticos, estos
podrán compartir su pasión por la ciencia, la música o el ajedrez.
Ansaldi quedó mejor con blancas en
una siciliana cerrada, otra vez. Pero perdió el rumbo, descuidó su casa b2 y
allí me paré con una torre defendida desde c4 por un caballo más fuerte que el
aumento del dólar. Ansaldi comió mi peón a6 con la dama pero esto implicó que
tuviera que sacrificarla por torre y alfil negros (sitos Ac6, Ta8). Sin embargo,
demostré que puedo jugar mal siempre, sin importar qué rival o pieza me
enfrente. Dejé que el Venadense activara sus torres en séptima y pude vencer
solo en el apuro pues, de goloso, el Caballero se colgó un mate en tres.
La quinta partida me enfrentó a
Rafaela Florit, la dama del torneo. Creo que fue la segunda partida entre
nosotros. De entrada me ofreció o colgó un peón en h6. Malo para ella pues no
había compensación alguna pues yo no había enrocado. La partida avanzó pero
siempre tuve espacio. Acuciada, en el apuro se dejó un mate seco. Cuando se
levantó me dijo, Menos mal que hace mucho
que no jugás… comentario que sé libre de intensiones pero que igual mi alma
pobre toma a regañadientes. Como antes dije, solo gané porque ella se dejó el
mate.
Así llegué, no sin asombro, a la
última partida, empatado en el primer puesto con el ex campeón argentino Martín
Lorenzini, fuerte GM rosarino, quién había cedido un empate previo sin que me
enterase. Lorenzini es GM, gran maestro, esto es un jugador infinitamente más
leído y práctico que cualquier mortal no ranqueado. El pasado año pude haber
vencido en una simultánea que él brindó a 20 jugadores. La posición me era
favorable pero supe atestiguar mi nivel:
hice una peor que otra y acabé en tablas.
Me senté a esta pequeña gran final con
blancas y tuve que esperar un poco pues el maestro por allí andaba. Usé el tiempo
para repasar mi futuro. Ahora me pregunto: ¿Están las jugadas posibles inscriptas
en algún lado? El ajedrez es matemático, luego, las incontables jugadas son
calculables por una mente ubicua y atemporal, es decir, por un dios. Borges habló
de un ser capaz de ver la figura que un hombre trazó con sus pasos a lo largo
de su vida: era la forma de su rostro. ¿Pasará en ajedrez lo mismo? Las miles y
miles de movidas que uno realiza sobre los tableros de su vida ¿definen algún albur?
¿Qué jugaría contra el Maestro? ¿Cf3,
g3, Ag2 un sistema indio? No tengo idea de cuáles son sus planes. Solo jugué unas
pocas partidas con esta línea hace 30 años, en Guatimozín, en noches de
práctica compartida con el que fuera campeón argentino sub 10 de ese año: Raúl
Claverie. Pensé luego en un peón dama y lo descarté porque si Martín me jugaba
una Grunfeld seguro me vencía sin que pudiera hacerle fuerza. Debía aferrarme
al modesto e4, el viejo y querido peón cuatro Rey, que no en vano se habla de
un libro titulado: “Las Blancas juegan e4 y las Negras rinden”. El pequeñito
problema en mi conciencia era que ya habíamos jugado un ping pon a 10´, hace un
año, con los mismos colores, y a mi e4 fue una Española donde Martín me ganó
como le gana un maestro a un niño… En fin, e4 hice y el maestro contestó d5.
Escandinava.
De la Escandinava solo conozco unas
pocas movidas derivadas de e4 d5, ed5 Dd5, Cc3 Da5. Así fue esta y todo más o
menos bien hasta que, sorpresa, pude haber pasado a un final de torres con peón
de más. La posición es la que sigue:
Despues de Txf3 el Maestro jugó … Cd5
y yo Tg4! Con lo cual el negro pierde peón después de … Cc5; Axd5 exd5; dxc5
Txe5; Txb4!
Esto lo vi y sin embargo me dije: Híjole, un peón de más en un final de torres
contra un GM!!!! Qué locura. Pero… Ay, pensé otra vez, ¿un final de Torres?
Me va a destrozar, me dije, y jugué Ac4? en lugar de Axd5! Pocas jugadas
después abandoné sin chistar.
Los vencedores
“… El fracaso es lo que nos da sentido, lo que nos hace ser lo que somos…
Lo que conseguimos en la vida no es más que la consecuencia de algo más
importante que no conseguimos, que creemos al alcance de la mano y se nos
escapa. Lo que no podemos hacer define nuestro lugar, nuestra manera de vivir.”
La frase anterior es de la excelente
novela El Novato, de Osvaldo Aguirre, se las recomiendo.
¿Por qué razón un hombre tiene a su
mano el camino del triunfo, o de un estar bien en el mundo, y elige la derrota?
¿Por qué un pueblo tiene a su mano un presente más o menos jugable pero elige
un futuro de pobreza, miseria y muerte? Estas preguntas me desvelan. Mis amistades
se dividen entre votantes del Absurdo y amantes del Movimiento. Muy pocos
intermedios hay en mi vida. Los votantes de la Caída me dicen, Sergio, no te
gastes en estas miserias humanas… les digo: tengo alumnos que van a la escuela
en pleno invierno sin medias, y solo comen en la escuela, un plato de polenta,
un arroz, como dijo una vez y para siempre Quino Susanita. Los otros, me dicen,
¿qué espera la gente? Les digo, nada, la gente, nosotros, no esperamos nada. Así
como yo, teniendo a mi mano una continuación ventajosa, elegí la derrota, así
los pueblos se suicidan.
Al respecto de mi elección, un
anécdota más. Martín Lorenzini, toda vez que hube abandonado, me dijo: ¿Por qué
no comiste los caballos para quedar con peón de más? Vi en tu cara que viste
esa posibilidad, y la rechazaste. Sí, le dije, lo vi, y pensé que usted me
ganaría sin problemas un final de torres. Me dijo, pero esa línea te dejaba en
ventaja; la que hiciste no me incomodó en lo más mínimo. Sí, le dije, debí ser
objetivo… y él, bueno, es un ping pon. Así es, sí, un ping pon, pero que
demuestra el interior de cada uno. El ajedrez es una amante que nos desnuda
para reflejar con crudeza nuestros pobres atributos, para reírse de nuestros
humos. Es cruel esta amante, y tal vez por ello le deseamos cada día más.
Cuando nos volvíamos, comentamos esta
conducta con Raúl… él me dijo: Garry, -en el ámbito del ajedrez, los amigos me
dicen Garry, en alusión al ex campeón Kasparov. Por supuesto, no me comparan
por su juego sino por el mal genio- Garry, me dijo Raúl, ¡estabas jugando con
un ex campeón argentino, no seas duro contigo mismo! Tenés razón, Raulo, le
dije, y reímos juntos por la anécdota y por la vida y por la amistad que nos
une.
Salí tercero en el torneo y cobré premio
en metálico. La cifra… exactamente el doble de lo que había invertido en viaje,
inscripción y boleto para Antonio. Dios, si existe, me dio el doble.
Fin
De principio al fin , un historia atrapante
ResponderEliminargracias por comentar, saludos
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