El Mate Filidori
Poco antes
de cumplir los doce, la escuela primaria en la que cursé organizó un viaje a un
camping en la provincia de Córdoba. El predio donde debíamos acampar está
ubicado sobre el viejo camino real, ahora muy poco transitado porque es de
tierra y a pocos kilómetros pasa la autopista. El camping tiene dormitorios y
baños, un comedor, una galería, y una arboleda en la cual destaca un ombú
centenario. En un llano que se hunde hacia el arroyo armamos las carpas. A lo
lejos se veían unas pocas cúpulas descascaradas y las alas rotas de los ángeles
de un viejo cementerio abandonado.
Los más
grandes empezaron con las bromas después del almuerzo. Los chicos primero se
reían, e incluso hubo quienes se disfrazaron de fantasmas porque los que no
tenían bolsas de dormir habían llevado colchonetas y sábanas y corrían a las
chicas, hasta que se pisaban las puntas de las sábanas y rodaban por el suelo,
todos muertos de la risa.
Así jugamos
hasta que nos mandaron a bañar, a eso de las siete. En noviembre a las siete es
bien de día, pero las duchas eran pocas y nosotros muchos, de modo que cuando
estuvimos listos la mayor parte del parque estaba ya en sombras: Ahora los quiero ver, si siguen haciendo
bromas, dijo el profe de ajedrez.
La galería
del comedor era un caos de idas y vueltas, unos corrían y otros jugábamos
ajedrez sobre unas mesas de piedra. Las chicas gritaban como poseídas si les
hacíamos buuuuuhuuu, desde atrás,
pero el ambiente era inocente y divertido.
Muy cerca de
la galería, donde comienza el bosquecillo, se alzan los brazos retorcidos del
viejo ombú. Brazos inmensos a los que nos trepamos todos, hasta que el
encargado del lugar vino y como al pasar nos dijo que en la época de las
guerras de la independencia allí habían acuchillado a tres soldados.
Nos callamos
como se calla un chico que está por tirar una tiza y lo pesca la directora.
Creo que Federico fue el que dijo, Cómo
es eso, Cuente. Y ojalá nunca lo hubiera hecho, porque el encargado empezó:
Cuando vi
que llegaban ustedes, pensé, Otro grupo
de bochincheros que viene de camping -veo tantos durante el año... Pero
cuando vi que bajaban del ómnibus esos tableros de ajedrez, me dije, Uy, ajedreces, como esos pobres soldados,
que por desafiarse unas partidas se encontraron con la muerte…–y señaló
hacia las mesas de la galería, donde habíamos dejado los tableros desordenados.
Imagínense
lo que sentimos en ese momento. Jugamos ajedrez en la escuela desde cuarto
grado y el profe siempre nos cuenta historias sobre los campeones o sobre San
Martín, o sobre lo que se le ocurra que pueda interesarnos, pero jamás
imaginamos que alguien pudiera morir por jugar ajedrez. El encargado señaló el
camino al otro lado del alambrado, y siguió:
Este camino
antes era el Camino Real, que unía Buenos aires con el Perú. Por acá han pasado
miles de hombres rumbo a la guerra, y muy pocos pasaron de vuelta…
Se persignó
y siguió: y de esos que volvieron, aquí murieron tres: los tres soldados que
debían montar una guardia, y en lugar de quedarse atentos a la noche se
pusieron a jugar ajedrez.
Yo pensé, y
claro, si el ajedrez te atrapa. El encargado, dijo:
Por jugar
ajedrez no se dieron cuenta de que una partida de renegados los acechaba, y
estos les cayeron encima en medio del juego, y ahí nomás los mataron sin
misericordia. Sus cuerpos ensangrentados fueron hallados en la mañana. Estaban
tumbados sobre el pasto y uno de ellos tenía la mano agarrotada. Cuando la
abrieron vieron que sostenía un caballo. Un caballo negro.
Lo extraño,
dijo, es que la estrategia sobre el tablero permanecía, como si la feroz
matanza hubiera respetado a esos soldaditos de madera y se hubiera ensañado con
los verdaderos, los que entonces se hallaban vivos.
No volaba
una mosca, todos lo mirábamos espantados. Todavía dijo:
Los que
saben de ajedrez, dicen que la posición final era la del mate Filidori, donde
solo faltaba el caballo que diera el mate. El caballo que ese desdichado tenía
en su mano, dura por el rigor mortis…
Uy… los
grandes teníamos los ojos grandes como la boca de un pozo pero los más chicos
los cerraban con fuerza y se tapaban las orejas con sus manitos, sucias de
tanto haber trepado al ombú, testigo mudo de esa partida fatal que se había
jugado tantos años atrás.
El encargado
supo crear esa atmósfera y como disfrutándola se paró, y antes de irse a
preparar el fogón, nos dijo:
Desde
entonces se dice que el alma de ese soldado vaga por aquí en busca de su
tablero, para poner su caballo en donde al fin dé jaque mate…
Esto nos
dijo el encargado del camping y se fue a apilar troncos para el fogón de
medianoche.
En el resto
de la noche poco pasó. Cenamos, jugamos un juego de sillas y uno de
actuaciones; vimos bailar el fuego hasta que sus brasas formaron una montañita
ahí donde antes se alzaron los troncos, y al fin nos fuimos a dormir.
Bien pocos
se hicieron los tontos después de esa historia de sangre, soldados y caballos
que pesaba sobre nosotros. Lo que sí les juro es que ninguno se atrevió a tocar
los tableros de la galería. Como estaban, allí quedaron. Hasta que en la mañana
me mandó el profe a guardarlos.
En dos de
esos tableros las piezas estaban desparramadas como al azar, algunas caídas y
otras no, pero en el tercer tablero había armada una posición que reconocí al
instante y me heló la sangre:
Un caballo
negro daba el mate Filidori.
6k1/R4pp1/2qp4/4pP1Q/2r5/8/5nPP/5R1K
w - - 5 37
"CAMPEONATO MUNDIAL MOSCU 1985. Round
"10"
[White "KARPOV"] [Black
"KASPAROV"]
[Result
"1/2-1/2"]
1.e4 c5
2.Nf3 d6 3.d4 cxd4 4.Nxd4 Nf6 5.Nc3 a6 6.Be2 e6 7.O-O Be7 8.f4 O-O
9.Kh1 Qc7 10.a4 Nc6 11.Be3 Re8 12.Bg1 Rb8 13.Qd2 e5
14.Nb3 Na5 15.Nxa5
Qxa5 16.Ba7 Ra8 17.Be3 Qb4 18.Qd3 Be6 19.f5 Bd7 20.Ra3
Qa5 21.Rb3 b5 22.
axb5 axb5
23.Nxb5 Bc6 24.Bf3 Rab8 25.c4 Qa8 26.Bg5 Bxe4 27.Bxe4
27...Nxe4
28.Bxe7
( 28.Nc7 Rxb3 29.Qxb3 Qa7 30.Nxe8 Nf2+
31.Kg1 Nh3+ 32.Kh1 Qg1+ 33.Rxg1
Nf2# )
28...Rxe7
29.Ra3 Qc6 30.b4 h5 31.Na7 Rxa7 32.Rxa7 Rxb4 33.Qf3 Rxc4 34.Qxh5
( 34.f6 Nxf6 35.Ra8+ Kh7 36.Qf5+ g6 37.Qxf6
Qxa8 38.Qxf7+ Kh6 39.Qxc4 )
34...Nf2+ 35.Kg1 Nh3+ 36.Kh1 Nf2+ 1/2-1/2
Fin
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